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LOS BENEDICTINOS

REGLA DE SAN BENITO

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Regla San Benito

Inspirado por Dios, San Benito escribió un Reglamento para sus monjes que llamó "La Santa Regla" y que ha sido inspiración para los reglamentos de muchas comunidades religiosas monásticas. Muchos laicos también se comprometen a vivir los aspectos esenciales de esta regla, adaptada a las condiciones de la vocación laica. La síntesis de la Regla es la frase "Ora et labora" (reza y trabaja), es decir, la vida del monje ha de ser de contemplación y de acción, como nos enseña el Evangelio.

Algunas recomendaciones de San Benito:
La primera virtud que necesita un religioso (después de la caridad) es la humildad.
La casa de Dios es para rezar y no para charlar.
Todo superior debe esforzarse por ser amable como un padre bondadoso.
El ecónomo o el que administra el dinero no debe humillar a nadie.
Cada uno debe esforzarse por ser exquisito y agradable en su trato.
Cada comunidad debe ser como una buena familia donde todos se aman.
Evite cada individuo todo lo que sea vulgar.
El verdadero monje debía ser "no soberbio, no violento, no comilón, no dormilón, no perezoso, no murmurador, no denigrador… sino casto, manso, celoso, humilde, obediente".

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Síntesis de la Regla de San Benito


Síntesis doctrinal de la "Regula Benedicti" 1

Parte I - La vida espiritual del monje

¿Cuáles han de ser las motivaciones para la opción benedictina?

El deseo de vivir una vida monástica de acuerdo con la Regla de san Benito

“Léase al novicio esta Regla y digasele: Está es la ley bajo la cual deseas militar. Si puedes observarla, entra” (58, 9-10).

El siguiente texto –conclusión del Prólogo- parece expresar adecuadamente el fin de la Regla y de la institución fundada por san Benito:

“Pero a medida que se avanza en vida monástica y en fe, dilatado el corazón con una caridad indescriptible, córrese por el camino de los mandamientos de Dios. De modo que, no desertando jamás de su magisterio y perseverando en el monasterio fieles a su doctrina hasta la muerte, participamos por la paciencia en los padecimientos de Cristo, y así merezcamos ser sus coherederos en el cielo” (Pról 49-50).



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